"Estaría feliz de masacrar a drogadictos": la guerra del tirano que todos amaban en Filipinas
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Si nos fijamos en un año en el que el mundo empezó a dar signos del mundo de hoy ese sería 2016. Fueron doce meses en los cuales Donald Trump llegó al poder por primera vez en EEUU, Reino Unido eligió el Brexit y en Filipinas, antigua colonia estadounidense (y ya muy poco española) alcanzó la presidencia Rodrigo Duterte, un político que se había ganado el favor de las masas de su pueblo -Davao- como alcalde prometiendo pan y circo, acabar con la corrupción de los Marcos y con el gobierno blando de Corazón Aquino. Y, además, asegurando que mataría a todos los drogadictos del país.
"Estaría feliz de masacrar a millones de drogadictos. Hitler masacró a tres millones de judíos (sic). Ahora hay aquí (en Filipinas) tres millones de drogadictos. Estaría feliz de masacrarlos", dijo en un discurso en 2016 con pasmosa claridad. Y ganó con holgada mayoría. Durante su Gobierno unas 6.200 personas murieron, aunque las organizaciones de derechos humanos señalan que el número podría alcanzar las 27.000. Por otro lado, las ONGs señalaban que la cifra de adictos oficial podría ser de 1,3 millones de personas en un país que tiene 115 millones de habitantes.
"Hitler masacró a tres millones de judíos (sic). Ahora hay aquí (en Filipinas) tres millones de personas drogadictas"
La periodista filipina Patricia Evangelista conoció bien aquel régimen que duró hasta 2022 porque fue una de las principales investigadoras de la guerra contra las drogas de Duterte en el medio digital Rappler, dirigido por María Ressa, quien llegaría a ganar el Nobel de la Paz. Evangelista estuvo en millares de escenas del crimen, contó las historias de los muertos y cómo funcionó aquella autocracia, y lo ha trasladado al libro periodístico Que alguien los mate (Reservoir Dogs) en el que analiza, ya no solo los asesinatos, sino cómo (casi) ningún autócrata llega al mando por sí solo. Siempre hay millares de personas que lo aúpan. Solo hace falta tocar la tecla necesaria (y la del miedo suele ser bastante eficiente).
“En 2016 Duterte habló a las emociones más primarias. Dijo: os han jodido, a todo el mundo le da igual lo que os pase, a las élites culturales no les interesa lo que os pasa porque no son como vosotros, no os entienden, pero yo sí, yo soy como vosotros, yo soy una persona normal. Así que sí, la mayoría de las personas que le votaron, votaron por una esperanza de cambio y por sus promesas, aunque estas fueran la muerte”, cuenta la periodista en una entrevista en Madrid, ciudad a la que ha venido desde Barcelona donde se encuentra realizando una residencia en el CCCB. “Y sí, le podríamos llamar el pre-Trump del Trump que tenemos ahora mismo. Hay muchas personas que le llamaron el Trump de Asia”, añade.
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Porque los mecanismos son los mismos -y muy parecidos a los de la Alemania nazi- y consisten básicamente en señalar enemigos. Los de los nazis ya los sabemos, los de Trump con la inmigración, también, los de Duterte fueron los drogadictos inventándose cifras de enganchados que, según todos los organismos internacionales que estudian la adicción a las drogas, no eran reales, tal y como apostilla en el libro. “Siempre tienen que contar una historia de un enemigo que va a desaparecer únicamente gracias a ellos. El enemigo de Duterte fueron los criminales, los drogadictos, los demócratas, los criminales, los periodistas de vez en cuando, las mujeres de vez en cuando… Estas cosas es como que están interconectadas, son parecidas”, relata la periodista.
Salió malCuando llegó al poder, Duterte prometió que acabaría con el problema de las drogas en tres o seis meses como mucho. Y lo cierto es que las muertes empezaron enseguida y crecieron muy rápido, tanto que les sorprendió a los propios periodistas. Sin embargo, prácticamente todos eran pequeños narcotraficantes y hasta cualquiera que pudiera llevar una pequeña bolsa de marihuana en el bolsillo. No era, como Evangelista registra en el libro, ninguna lucha contra el gran narco ni contra las grandes estructuras de la droga. Era otra cosa. De hecho, otro dato durante esta campaña de guerra que resaltaron las ONGs que trabajaron en el país: en todo ese tiempo se redujo la inversión en atención social a las personas adictas.
Por supuesto, el asunto, si se piensa en términos de salud pública, no se arregló en esos seis meses, pese a los ingentes muertos. “No sé si la gente se creyó aquello de los seis meses. Yo no me lo creí porque ninguna guerra contra las drogas ha tenido éxito hasta el día de hoy. A finales de los seis meses, ya empezó a decir que sería a final del año. Y al final de aquel año dijo que aquello duraría hasta que el último día de mi presidencia”, manifiesta Evangelista que insiste en que, al contrario, la violencia del Estado con toda esa maquinaria de policía y ejército contra la ciudadanía ha generado hoy más violencia: “Cientos de personas siguen muriendo. Y ahora tenemos también a los niños de aquellos asesinados, a los niños que vieron a los muertos en la tele, en la calle y que pensaron, esto es normal”.
La periodista fue testigo de la violencia que desplegó el gobierno de su país entre 2016 y 2022. Muchas noches acudió a escenas de drogadictos (o que se decía que lo eran) asesinados en Manila, prácticamente todos pertenecientes a familias muy pobres y vulnerables. Casi siempre era igual: “Llegas y empiezas a preguntar: ¿Cuántos cuerpos? ¿De dónde vienen? ¿Quiénes son? ¿Quién ha hecho la alerta? ¿Qué pasó? ¿Cómo ha sido todo esto? Después llega la familia, que es un momento terrible porque les oyes gritar. Hay como un primer shock cuando se dan cuenta de que reconocen el cuerpo. Es un tono de grito específico. Pero toda esa parte es un poco mecánica. Después vas al funeral y entrevistas al oficial que estaba en el momento o los policías que estaban en la escena del crimen. Intentas averiguar quién disparó y tal vez intentas entrevistarle. Y luego me iba a casa a escribir, que es la parte más difícil porque no es mecánica”, comenta.
"Tienes que utilizar lo que necesites para contar una historia. Si mis emociones de repente se meten en medio, hay que usarlas"
Ahí es donde entra el oficio del periodista, el distanciamiento, pero también la compasión. “No finjo ser objetiva ni que no estoy sesgada, pero sí intento ser justa”, comenta sobre su forma de trabajar. “Creo que tienes que utilizar lo que necesites para contar una historia. Si mis emociones de repente se meten en medio, pues hay que usarlas. Mientras trabajo como periodista estoy trabajando con seres humanos. Y creo que lo que me importe a mí, si lo hago bien, es lo que va a importar a otros”, sostiene alguien que fue controlada por la policía y el propio Gobierno. Le pregunto, precisamente, cómo se mantiene la cabeza fría con eso como espada de Damocles, cómo se enfrenta una al miedo: “No lo hago. Tenía miedo todos los días, pero creo que el miedo es algo bueno para los periodistas, para las personas en general porque si estás haciendo algo peligroso siempre tienes que pensar que puede pasar algo”, contesta rápida.
Tik, tok, la atención, el periodismoDesde que obtuvo la beca para escribir este libro, Evangelista ya no trabaja más para Rappler, un medio digital que enseguida se hizo con una gran audiencia en Filipinas por sus trabajos de investigación y sus nuevos formatos. La periodista prefiere dedicarse ahora a los libros de ensayos que permitan profundizar bien en los temas, aunque también reconoce que no es el mejor de los tiempos para esto ni para el periodismo en general.
“Es un momento desafiante, sobre todo por la atención. ¿Cómo decidir qué historia le importa a la gente más ahora? Porque la gente tiene una capacidad limitada de atención, y también de compasión. ¿Por qué historias debemos preocuparnos? ¿Y cuál es el enfoque para captar la atención? Y luego está el desafío más grande que es el económico. Hay que tenerlo claro: el periodismo es caro. Así que sí, creo que es un momento difícil para ser periodista, pero es el momento más importante para ser periodista”, mantiene firme.
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¿Y qué hacemos con Tik Tok y todos esos vídeos de microsegundos con los que se engancha la gente?, le digo con cierto escepticismo.
“No lo sé, no lo sé”, concede. “Pero mi esperanza es que las historias ya sean a través de TikTok, o de Facebook... Mira, hace mil años las personas se sentaban y se contaban historias en torno a una hoguera. Ahora también lo hacemos, pero con teléfonos. Aun así espero que el formato que yo utilizo, la narrativa larga, sobreviva”.
Por cierto, después de Duterte y su guerra sucia contra las drogas, por la cual puede acabar en La Haya, Filipinas eligió a Ferdinand Marcos, el hijo de Ferdinand e Imelda, como presidente, y a Sara Duterte, la hija de Duterte, como vicepresidenta. “Es lo mismo de siempre. La gente tiene esperanza en que esto funcione. Es lo mismo que ocurre en muchos países en todo el mundo, es un ciclo constante. La historia que se contó de la era dorada de las Filipinas, con Ferdinand Marcos Sr., la historia que se contó de Rodrigo Duterte, que acabó con el crimen. Y si no eres periodista, si no estás informado, tal vez decidas, bueno, si me prometen que el arroz va a ser más barato, qué más me da ese criminal muerto, que igual se cargó a su hermana. Al final, se trata de tener un buen relato porque todas las personas necesitan un héroe”, zanja Evangelista. Sí, es algo que hemos visto innumerables veces.
El Confidencial